viernes, 23 de mayo de 2014

7.

Yo estaba allí. Lo recuerdo como si fuera ayer.
Las noches convirtiendose en el más puro dolor que cualquier ser vivo de este planeta, o de cualquier otro, pueda imaginar. Lo viví, y fue real, sé que fue real. Aquel espejo era real, aquel lugar era real, aquella imagen era real, aquel sueño era real.
Todavía siento escalofríos al recordarlo, y no es difícil sentirlos cuando la frígida nostalgia te invade. Un frío inmenso me arropó, vino y me cubrió con su aliento. No es complicado deducir qué pasó después de aquel mal trago: Ello me tragó a mí.

Daban las dos y media de la madrugada, en un martes que a penas acababa de comenzar, y allí, en mi cama -como cada noche-, me fuí a hacer un intento por descansar unas horas. Unas horas, o eso creíamos mi subconsciente y yo. Es entonces, cuando caí rendida al sueño.








Es por la tarde. Voy a marcharme un rato a la oficina, que llego tarde, como de costumbre. Y yendo de camino, cómo no, mis ojos se topan con unas enormes y sorprendentes montañas que están justo en frente de mí. Si estiro las manos podría capturarlas por unos instantes, y lo que es más podría sentirlas mías. Mi embelesamiento cesa cuando mi aura nota una presencia cerca. Me giro, y veo cómo un hombre de avanzada edad, mayor, camina hacia mí desde una colina, sobre un camino rodeado de una densa niebla. El hombre, conforme va acercandose, desaparece, pero a los segundos reaparece en un tramo del camino más cercano a mí. Mi reacción consiste en sentir un conjunto entre pánico y miedo.
Al día siguiente, despierto en un lugar totalmente distinto. Cuando abro la puerta de la casa en la que estoy, veo lo que parece ser un campo, y sin querer, mis pies dejan de sentir la tierra. Estoy flotando, ¿Estoy volando? 
Cruzando el horizonte mientras el viento me da en la cara y la velocidad recorre mis huesos, llego a mi destino. Llego al día de ayer, al momento en el que me desvanecí, llego al camino que se dirige a la montaña. Puedo verme, y un espejo si pudiera hablar, ahora mismo, diría que tengo aspecto del peor de los monstruos, porque soy un monstruo.
Puedo verme, puedo verme asustada, pero no huyo despavorida, y eso me enorgullece. No hago nada aquí, debo estar dentro de mí de nuevo. No soy yo sin mí, esta vez sólo necesito estar dentro de mí. Mis ansias se introducen en mi cuerpo, en el día de ayer, junto a las montañas, esperando a aquel espectro. 
La angustia me envuelve cuando sé que ese espíritu en forma de hombre, me cubre intentando poseerme.

Entonces despierto. Sé que está aquí.


-Benavente. 

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